Hablar de Martínez Cerrillo es rememorar la Semana Santa de una época. Época de una España en Blanco y negro y recién salida de una guerra civil, donde la penuria, la escasez y tristeza eran las tónicas generales de un pueblo, España trataba de olvidar por todos los medios el drama vivido. Drama que había desolado el país y que a su vez había servido, con injustificados fundamentos, para que gentes sin razón ni escúpulus causen la destrucción de numerosas imágenes sagradas. Por ello había que reponer en los camarines de nuestras iglesias efigies de Cristo, María y santos que sirvieran para restituir los perdidos. Esa fue la causa principal de que Juan Martínez Cerrillo entra en la escena de la imaginería. Cerrillo es un imaginero hijo de su época. Al igual que Castillo Lastrucci en Sevilla, Lainez Capote en Cádiz, o Navas Parejo en Málaga, Martínez Cerrillo es el encargado de paliar, restituir y reparar los daños hechos al patrimonio artístico de la iglesia y cofradías destruido en la incivil contienda de años atrás, en Córdoba y su provincia.
Es así, con muchísimas limitaciones técnicas, propias de un artista en el inicio de su carrera, con pobres materiales, rapidez en la ejecución y con escasos ingresos económicos por su trabajo, como Juan Martínez Cerrillo se ve abocado a convertirse en escultor-imaginero, pues aunque todo escultor no es necesariamente imaginero, todo imaginero es siempre escultor.
En una de las ultimas entrevistas de su vida, Martínez Cerrillo, manifestó a la periodista Carmen Aumente, lo siguiente, “… yo he sido lo que Córdoba ha querido que sea.”. En esta frase, el polifacético artista reconocía que, como tal, se había entregado a la ciudad, sin importarle nada sacrificar otras disciplinas artísticas, como la pintura en la que se encontraba mas cómodo y mejor formado, para dedicarse a la imaginería sacra, faceta que le era desconocida y que tuvo que ir asimilando poco a poco de forma autodidacta; aunque, cuando tuvo la ocasión de obtener formación de otros artistas, la toma sin complejos, caso del aprendizaje de la técnica del sacado de puntos que adquirió de Juan de Ávalos o sus contactos artísticos con el sevillano Fernández Andes.
(Cerrillo con la Paz y Esperanza de Lucena)
Juan Martínez Cerrillo nació el día 4 de Octubre de 1910 en la localidad cordobesa de Bujalance. Desde niño su facilidad para las artes plásticas es más que notoria, lo que lleva al maestro de la población, a aconsejar a sus padres a viajar y fijar su domicilio en la capital, al objeto de que el pequeño estudie en la Escuela de Artes y Oficios. La familia se traslada a Córdoba y el pequeño Juan ingresa como aprendiz en el reputado taller de Rafael Díaz Fernández. Allí comienza a familiarizarse con los trabajos propios de un taller y a la vez conocer los conocimientos básicos de dibujo, pintura y restauración. La formación académica la toma en la Escuela de Artes y Oficios “Mateo Incuria”. La pintura fue siempre su principal pasión y con un premio en metálico obtenido en un concurso convocado por el Ayuntamiento de Córdoba, Martínez Cerrillo viaja a la capital hispalense donde presencia la Semana Santa Sevillana. El esplendor, la brillantez y la riqueza de las cofradías de la ciudad vecina, impresiona al joven artista, que pronto comienza a madurar en su cabeza, la idea de realizar una imagen sagrada. Realiza algunas de pequeño formato, destinadas al culto familiar y otras de mayor tamaño que le son encargadas por los Hermanos de San Juan de Dios destinadas al Asilo de San José de la capital malagueña. Esta última obra le supone su carta de presentación en el campo de la imaginería. La guerra le lleva a independizarse del taller de Díaz Fernández y establecer uno propio. Es allí, durante los permisos obtenidos durante la contienda, donde talla sus dos primeras imágenes a tamaño natural.
Una la de la Virgen de la Paz y Esperanza, venerada por la Córdoba Cofrade la noche del Miércoles Santo, y la otra la del Mayor Dolor y Esperanza, icono este ultimo que recibió culto por parte de la hermandad del Calvario de Córdoba y que hoy es titular de la hermandad de los estudiantes de la ciudad de Jaén, bajo la advocación de Nuestra Señora de las Lagrimas. Tras ellas vinieron muchas, destinadas a la capital cordobesa, su provincia, fuera de ella e incluso fuera del país, caso – este ultimo- con el Nazareno de la Caridad y María Santísima de la Esperanza en la ciudad venezolana de San Cristóbal.
Martínez Cerrillo fue un imaginero de marcado carácter mariano. Cuatro obras suya procesión en la ciudad de Córdoba durante la Semana Santa.
Esperanza, bella imagen de rasgos agitanados que enamora al pueblo cordobés cada domingo ramos.
Paz y Esperanza, la blanca paloma de capuchinos, para muchos su obra cumbre.
Y la Alegría, broche áureo de la Semana Mayor cordobesa.
Y Humildad y Paciencia en el Gólgota empedrado de la recoleta plaza de Capuchinos.
Pero Juan Martínez Cerrillo, como el mismo manifestó en varias ocasiones, fue imaginero circunstancial, movido por su fe y por la época que le toco vivir. Martínez Cerrillo no solo fue eso, fue, en realidad, un artista pleno, con un estilo único, sin mimetismos, un creador coartado por su tiempo y las circunstancias de este. Su imaginería, aunque con las limitaciones materiales de la época, posee su sello propio y una gran nucion sagrada. Su pintura es luminosa, con estilo igualmente propio, recrea paisajes, nuestros patios e incluso pasajes de nuestra Semana Santa con gran fidelidad y belleza. También toco con su inquietudes personales el cordobán y el guadamecí, donde mostró si creatividad y su dominio del color.
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